Me han regalado la novela Gran Sertón: Veredas,
de João Guimarães Rosa, autor brasileño del que aún no había leído
nada. A modo de aproximación a su obra y a su persona, rescato este
texto de Saúl Ibargoyen, publicado en EspacioLatino.com
Joao Guimaraes Rosa, 50 años de Gran Sertón: Veredas
Saúl Ibargoyen
El
año 2005 fue de festejo para las letras mexicanas, al celebrarse los
cincuenta años de la aparición de una obra emblemática: Pedro Páramo de
Juan Rulfo. Las numerosas ediciones posteriores y los incontables
estudios sobre la novela y el mundo rulfeanos, parecen señalar que éstos
produjeron un cambio resonante en nuestra narrativa, la que, como suele
decirse, ya no volvió a ser la misma.
Este
año, con la conmemoración en Brasil de las cinco décadas de la primera
edición de Grande sertao: veredas (Gran sertón: veredas) de Joao
Guimaraes Rosa (1908-1967) se ha producido una reacción similar. Se
anuncian ediciones facsimilares, libros de cuentos inéditos,
exposiciones de manuscritos, reediciones de lujo, minicursos y eventos
artísticos, etcétera. Sin embargo, según Oscar Pilagallo, esta novela de
600 páginas no modificó el rumbo de las letras brasileñas, "por el
simple motivo de que nadie escribe al modo de Guimaraes Rosa sin hacer
pastiche".
Esa
afirmación, que entiendo correcta, podría aplicarse asimismo a varios
autores latinoamericanos: el sorprendente Oliverio Girondo, el
últimamente tan imitado Lezama Lima, el impecable Julio Cortázar, el
poderoso César Vallejo, el micro cirujano Jorge Luis Borges, el propio
Juan Rulfo, etcétera. Estos escritores han abierto nuevos caminos, pero
no para ser transitados por otros sino para que los otros, a su vez,
ofrezcan nuevos senderos.
¿En
qué radica la propuesta distinta de Guimaraes? Lo que de inicio ofrece
una primera lectura de Gran sertón: veredas, ya sea en su lengua
original o en traducción al español (es célebre la realizada por el
poeta Ángel Crespo, en los 60, para el sello Seix Barral), es la
dificultad real de enfrentarse a un lenguaje único e irrepetible.
Además, la historia de Riobaldo y Reinaldo-Diadorim ocurre en una amplia
región semiárida poco conocida fuera de Brasil, el sertón, donde se ha
generado un tipo humano definido y muy particular. La actividad pecuaria
es predominante desde la época colonial, practicándose la agricultura
en los espacios húmedos. El hombre del sertón o sertanejo, encarnado en
Riobaldo y otros personajes, está representado en la novela desde un
ángulo muy "guimaraeseano". (Sus parientes por oficio y modo de
existencia serían los llaneros venezolanos, los huasos chilenos o los
extinguidos gauchos de Argentina y Uruguay.)
Agrego
que siempre hay algo que antecede: de la nada , nada sale. Para el caso
de Guimaraes, es insoslayable la mención del libro clásico de Euclides
de Cunha Os sertoes (1902).
¿Cómo
presenta el autor al sertanejo? Según Daniel Piza, al recordar lo dicho
por Guimaraes: "El sertón es el terreno de la eternidad, de la
soledad", da la impresión de que esos espacios "tan grandes que no
tienen tamaño", han penetrado el ánima de los sertaneros con los que
convivió intensamente el autor. Esto puede pasar también con aquella
gente -y no ha sido poca en el mundo- hondamente enraizada en el medio
natural (selva, desierto, llanura, montaña) lo que da origen a maneras
de vida y a valores de la cultura intransferibles e irrenunciables.
Pero
aquí hay un elemento esencial: la lengua hablada en el sertón, que
Guimaraes recoge, al igual que en obras anteriores y posteriores a 1956,
para impregnarla de invenciones insólitas en las que el portugués de
Brasil alcanza dimensiones sonoras no escuchadas y una sintaxis a la que
llevan lo suyo la resonancia (p. ej., palabras compuestas,
sustantivación) de los diversos idiomas manejados por el autor (alemán,
griego…). Por eso se habló antes de las dificultades que el lector, aun
el brasileño o portugués, encuentra en esta novela.
Por
eso también hay críticos que sugieren leer los relatos anteriores, como
Sagarana y/o Corpo de baile (Cuerpo de baile) y luego entrar en el
complejo y fascinante cosmos verbal de Gran sertón: veredas. Como mero
ejemplo de las mencionadas dificultades, debe anotarse la serie de
libros publicada como "guía" de lectura, entre ellos un diccionario
especial, pues Guimaraes, entre arcaísmos e innumerables vocablos
inventados, a más del uso de inesperadas estructuras sintácticas
apoyadas en la oralidad con sentido musical, concedió al Diablo 92
nombres ("el pata sucia", "el oscuro", "el que no está"…). Una negación
tal vez inútil, pues el propio autor decía que "el Diablo es fuerte,
justamente porque no existe".
Pero
quizá, como se ha afirmado, esa negación sea señal de cierta axiología
dual llevada a la escritura: plenitud y vacío, externo e interno, Dios y
Diablo, erudición y cultura popular, universalidad y regionalismo,
mesura y aventura…
Lo
que siempre me pareció desconcertante es cómo un hombre de enorme
cultura humanística, médico, diplomático, escritor paciente y metódico,
políglota, intelectual atento a su época, creador incansable en lucha
por una lengua viva y en constante cambio -vista y sentida en cuanto "un
proceso, no un procedimiento"; cómo un hombre, si bien nacido en un
pequeña ciudad del interior, estado de Minas Geraes, logró establecer,
con base en una metafísica de la verbalización poético-narrativa, una
propuesta extraída de individuos y espacios reales. Asimismo, completada
por un inventario interminable de animales y plantas y montes y ríos y
entreveradas geografías, producto directo de sus viajes a caballo por el
pantanal y el sertón.
Todo señala que continuaré con ese desconcierto inicial.
Deseo
añadir que sus obras motivaron varias películas, tal como con Rulfo, y
que desde los 90 en Cordisburgo, su población natal, se efectúa bajo la
modalidad tradicional de los cuenta cuentos, la transmisión oral de sus
relatos por niños y adolescentes que los memorizan, lo que mucho hubiera
alegrado a Guimaraes Rosa, para quien quizá no hubo una nítida
distancia entre oralidad y escritura, entre poesía y prosa, entre cuento
y novela.
Saúl Ibargoyen
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